miércoles, 1 de agosto de 2012

Con el mundo por montera (Parte 2)


Encima del meteorito metálico más grande del mundo, pesa 54 toneladas y está en Namibia.
EL LEONÉS QUE DOMINÓ EL MUNDO
Pablo Rioja | León

En mayo de 1989, el enfermero leonés Francisco Requeta se embarcó en el mayor viaje de su historia rumbo a ninguna parte para recorrer cuatro continentes, mochila en mano, a bordo de una 4l y con su inseparable Mariví



UN ÁNGEL LLAMADO KARIM
El paso entre Arabia Saudí y Qatar no fue sencillo. «En Qatar nos dieron un visado de tránsito de hora y media para recorrer 90 kilómetros a 60 grados, era el tiempo que estimaban oportuno para cruzar su frontera. Recé para que la furgoneta no se estropeara. Recorrimos algunos Emiratos Árabes y llegado un momento nos vimos en la vicisitud de tener que saltar el Golfo Pérsico en barco o en avión. Yo lo quería hacer por tierra. Mandamos la furgoneta en barco y volamos desde Dubai a Pakistán. Fue una odisea horrible hasta recuperar la furgoneta. Un ángel de la guarda llamado Karim nos ayudó».
Karim era un nómada, un errante con alma de guerrero de los que conviene encontrarse cuando uno da la vuelta al mundo y los papeleos burocráticos se tornan la peor de las fronteras. «Nos guió por todas las oficinas del puerto hasta que dimos con ella, sin él jamás la hubiera vuelto a ver. Hasta tal punto me sentí en deuda que le invité a seguir con nosotros. Aceptó, pero después de 100 kilómetros los tres nos preguntamos qué hacíamos allí. Le dijimos que seguiríamos solos y con las mismas, se bajó en medio de la nada».
Tiempo después entramos en India, donde «quedé atónito con la singular belleza del Templo Dorado», llamado así por las placas de oro puro que cubren sus blancas paredes de mármol. El templo es centro de peregrinación de millones de personas a lo largo del año, sobre todo de los famosos Sijs. «Ya en Nueva Delhi conocimos al peregrino de la paz, un granadino que llevaba cinco años caminando y ansiaba ver a la Madre Teresa de Calcuta, muy enferma ya por aquella época. Años más tarde me enteré de que lo había logrado. En Bombay dimos con un asturiano que llevaba 35 años viviendo allí. La furgoneta ya no era necesaria a partir de ese momento y él nos ayudó para enviarla de vuelta a casa».

SUS CAMINOS SE SEPARAN
«Estaba harto de Mariví», sonríe Requeta melancólico mientras lo rememora. La convivencia pasó de ser grata a insoportable en apenas un puñado de países. Sus vidas se habían cruzado por vez primera en el verano del 88. Paco realizó una sustitución en el centro médico donde también trabajaba ella, que pasó de tildarle de chalado por querer dar la vuelta al mundo a rogarle que le dejara ir con él. Pero la pasión dio paso al ostracismo, y sin más, hartos de hartarse, se separaron durante dos meses. «Escribí a otra amiga de España por si quería continuar el viaje conmigo y aceptó. A los tres días de estar con ella me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. Con Mariví lo tenía todo, con ella sólo sexo. Después de recorrer Japón, Taiwán y Corea envié una carta a todas las oficinas de correos del sureste asiático y Australia —donde creía que estaría Mariví— con la fortuna de que la leyó en Singapur. A modo de castigo me hizo ir a buscarla hasta allí. Cuando nos vimos sentí un enamoramiento desconocido hasta la fecha, difícil de describir. De Singapur fuimos a Malasia y luego a Sumatra (Indonesia), donde tomé setas alucinógenas».
Saludando a un primate
León sonaba ya a prehistoria y todavía restaba gran parte del camino. Australia les recibió expectante, como el nuevo mundo que rezan sus leyendas. Después de nadar entre tiburones, recorrer sus interminables sendas y dar rienda suelta a su amor por Mariví, Paco decidió que quería formar parte de la profesión más extendida del país; ser esquilador de ovejas. «Aguanté sólo un día». En la Tierra Austral del Espíritu Santo hay 150 millones de ovejas que se esquilan una vez al año. Para ello crean equipos con un capataz, seis esquiladores, tres ayudantes y un cocinero, tropa que se mueve de rancho en rancho por zonas. «Nuestro rancho tenía 15.000 ovejas, esquilaban 1.500 ovejas al día. Para mí eran una mezcla entre Mazinguer Z y Robocop».

Se levantaban a las 5 de la mañana y a las 7, enloquecidos, se ponían a sacar ovejas, recoger el vellón, clasificarlo y meterlo en un saco. «A mí me metieron a recoger vellón. Cada tres minutos tenían listos tres vellones, trataba de coger mucho pero se me escurría, era un desastre. Me dijeron que no valía para ello, tenían razón. A los dos días nos fuimos. Fue entonces cuando conocí a un alemán que también estaba dando la vuelta al mundo pero a la inversa que nosotros. Me habló de una tribu con la que había estado viviendo una temporada en las islas Fiji, los Yasawa». Aquella escala no venía en mi ruta de viaje, pero algo tan exótico era casi irrenunciable. «Me explicó que para vivir con aquella tribu tendría que agasajarles con una raíz especial que ellos utilizaban, así como con fruta y verdura para la familia que me acogiera».

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