jueves, 4 de abril de 2013

Paseando por Australia (parte 2)



Pablo Rioja | León

Enseguida me hicieron sentir uno más de ellos, respetando en todo momento mi espacio. Pronto descubrí que aquella gente no había recorrido medio mundo sólo para ver al Papa, ni mucho menos para hacer turismo. Tenían una misión concreta que acometer: Anunciar al mayor número de personas posible que Dios les amaba tal y como eran sin importarle las cosas malas de su vida. Para ello contaban con un plan bien diseñado, pero como ellos mismos señalaban, «sometido a la voluntad de Dios». Su rutina arrancaba a las ocho de la mañana, hora en la que abandonaban el campamento donde nos alojábamos, un conglomerado de pequeñas cabañas perdido en mitad del hermoso paraje de las Montañas Azules, a unas dos horas de Sydney, para dirigirse en autocar a cualquier pueblo o ciudad cercana y anunciar «La Buena Noticia».

Antes, rezaban la oración que la iglesia marca realizar por las mañanas, los laudes, donde los responsables del grupo, a los que los jóvenes llamaban «catequistas», y sobre todo los dos curas que les acompañaban, regalaban una predicación animándoles a saber que no estaban solos en su misión. Ataviados con guitarras, bongos, panderetas, un megáfono, la bandera de España y la de León, recorrían las calles y plazas cantando, bailando y gritando en inglés cosas como «Si alguno guarda mi palabra no gustará la muerte» o «Gracias a Yahveh, que nos condujo a la tierra prometida». Reconozco que no comprendía muchos de sus mensajes, pero asombrado advertí cómo los lugareños se paraban a escuchar con enorme respeto y atención lo que decían, como si hubiesen estado esperando toda una vida para conocer ese secreto. A los más despistados les abordaban de dos en dos. Pasadas varias horas regresaban al autobús con caras alegres para visitar, después de una jornada en la mies, los puntos más interesantes de la geografía australiana. Y así día tras día hasta el sábado 20 de julio, fecha en la que por fin se encontrarían con Benedicto XVI para celebrar la vigilia y posterior eucaristía.

Comienza la eucaristía
Terminé de montar la tienda de campaña que me protegería del frío durante la noche que los peregrinos que acuden a estas jornadas están habituados a pasar en la sede escogida por la Organización para acoger los actos con el Papa. Ríos y ríos de personas llegadas de todos los rincones del planeta iban ocupando el hipódromo en total armonía. Se acercaba el momento, el Santo Padre, tras saludar a los presentes desde su Papa móvil, comenzó los actos litúrgicos. Por fin iba a escuchar de su boca lo que hacía que esa masa etérea dejase sus países sin vacilar, mis preguntas iban a ser contestadas. De entre la cantida de palabras que les regaló recojo en este diario de a bordo las que me impactaron: «Jóvenes, qué dejaréis a la próxima generación, el Señor os está pidiendo que seáis profetas de esta nueva época. El Espíritu Santo también es el alma de la Iglesia, la luz que ilumina nuestros ojos para ver las maravillas que Dios hace en nosotros. Una nueva generación de cristianos está llamada a construir un mundo en el que la vida sea acogida y respetada, no destruida. Hay más alegría en dar que en recibir, no dudéis de las promesas de Dios. Jesús ama especialmente a los que se han equivocado porque al darse cuenta de su error, se abren más a su mensaje de salvación. Muchos jóvenes no tienen esperanza. ¿Dónde hallaremos respuestas?, en Jesucristo».

Grupo de leoneses en el hipódromo de Sidney
Mientras escribo estas líneas recuerdo con nostalgia a aquel grupo, sin quererlo se cruzaron en mi camino y sin saberlo, cada uno de sus actos, eucaristías, homilías, peticiones, experiencias… era la respuesta viva que fui buscando a Australia. Las palabras del Papa no estaban muertas, imagino que al igual que estos 46 leoneses, el resto de los asistentes también las pondrá en práctica, siendo luz en un mundo de tinieblas.

pABLO rIOJA (Publicado en Diario de León en Agosto de 2008) 

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