lunes, 9 de junio de 2014

Yo también tuve un grupo de rock (III)

DESCUBRIENDO A CÓDIGO 84 | Nuestra primera maqueta


Pablo Rioja | León

Eran las cuatro de la mañana y a mi musa no se le ocurrió otra cosa que regalarme un momento de inspiración. Los días transcurrían entre mis clases de periodismo, partidas de mus en la Facultad de Medicina y ensayos contrarreloj para el primer concierto de Dirección Prohibida. Todo a mi alrededor iba sobre ruedas, vivía la construcción de mi sueño despierto, pero cuando deseaba soñar dormido las ideas se metían en la cabeza sin previo aviso.

Así que sopesando los pros y las contras encendía el flexo, me sentaba en aquella mesa de dibujante y, folio en mano, simplemente me dejaba llevar. En poco más de 10 minutos era capaz de cocinar sentimientos contrapuestos que luego se convertían en canciones. Era una sensación placentera, como si alguien escribiese por mí, llegué a creerme un elegido, pero cuando traté de abusar de mi musa se hartó sin más, dándome a entender que aquí los pantalones los llevaba ella.

Cuando juntamos una media docena de temas decentes se nos ocurrió grabar una maqueta casera con el fin de recordarlos bien, en especial los arreglos. Para ello viajaríamos a León, a casa de mi primo Eduardo, que con paciencia infinita improvisó una especie de estudio de grabación. En poco más de día y medio, entre los cuatro gestamos un cedé cargado de errores pero que sin saberlo se iba a convertir en nuestro pequeño trampolín a la fama. No una fama de masas, pero lo suficientemente importante como para firmar autógrafos, llenar salas de conciertos y ser conocidos en varias ciudades del país.

Sin pretenderlo en principio, el cedé fue pasando de mano en mano entre nuestros amigos. Gustaba, para qué negarlo. Sastre tenía un don para las segundas voces, Gabriel aportaba arreglos y melodías. Recuerdo que cada vez que les enseñaba una canción nueva esperaba impaciente su rostro de afirmación, si no lo obtenía el tema se quedaría en la nevera.

Soportarme no resultaba tarea fácil. En muchas ocasiones me convertía en un soberbio capataz que sólo sabía imponer sus criterios, sin entender que Dirección Prohibida éramos los tres.

Nuestro primer concierto estaba ya a la vuelta de la esquina, había llegado el momento. Echando la vista atrás, he de reconocer que más que los conciertos, el reconocimiento y el contemplar cómo un coro ingente de chicas se sabían las canciones de memoria, los mejores momentos del grupo los experimenté durante aquellos interminables ensayos. Cuánto los echo de menos... Allí no éramos Dirección Prohibida o Código 84, allí sólo estaban tres amigos gozando con la música, nada más.

Al concierto del Café Teatro le siguió otro aún más exitoso en León. El cazatalentos seguía nuestros pasos, lo cierto es que no tenía muy buena pinta, nos hablaba constantemente de actuaciones con mucho dinero de por medio que jamás llegaron y un viaje a Madrid para consagrarnos que a la postre se convirtió en el principio del fin.

Navegando por la red, Juan descubrió que ya existía un grupo andaluz que se hacía llamar Dirección Prohibida, así que necesitábamos otro nombre. Su padre, José Carlos, una de las personas que más creyó en nuestro talento, descubrió que gran parte de las canciones del grupo tenían mensajes ocultos que pocos conocían. De aquella, un tal Dan Brown abría los informativos de medio mundo con una reveladora novela que prometía tirar abajo los cimientos de la Iglesia Católica.

Los códigos estaban de moda y curiosamente los tres, nacidos en 1984, cumplíamos años en apenas 7 días de diferencia. Una tarde, sin más, dijimos adiós a Dirección Prohibida y hola a Código 84. 


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