lunes, 23 de enero de 2017

Que no te cuenten un cuento...

Diego Blanco, autor de Un camino inesperado. Fuente de la imagen Diócesis de Málaga

Pablo Rioja | León

Hoy, por aquello de empezar bien la semana, voy a meterme en uno de esos jardines que justifican el nombre de este blog. Porque solo nadando contracorriente se alcanzan los verdaderos puertos. Y es que ayer tuve la fortuna de asistir a la charla de Diego Blanco, autor de Un camino inesperado.

En paro y con nueve hijos, este zaragozano se lanzó a la aventura de escribir un libro desgranando las claves religiosas que esconde El Señor de los anillos. Sí, así es amigos, una de las obras más famosas de la literatura fantástica es en realidad toda una catequesis cristiana que, como el mejor de los secretos, se guarda a la vista de todos sin que casi nadie repare en él.

Sin ánimo de hacer spoilers al profundo trabajo de investigación que ha hecho el autor de esta pequeña joya, sí diré que no existe un solo pasaje del clásico de Tolkien que no tenga su paralelismo cristiano. Y no se trata de buscarle tres pies al gato. Que la aventura de Frodo y sus compañeros de viaje comience un 25 de diciembre y acabe un 25 de marzo, que haya una Comunidad del Anillo forjada tras un concilio o que el primer señor oscuro del universo Tolkien (Melkor) sea el hijo de un Dios/creador que se rebeló, fue encadenado y causó la desolación de muchos habitantes de la Tierra no son meras casualidades.

Pero más allá del libro, cuya lectura recomiendo se haya leído o no El Señor de los Anillos, la conferencia de Blanco resultó de lo más interesante. Una mezcla de experiencia personal, claves de la parábola de Tolkien y un repaso a los cuentos clásicos y actuales que no tiene desperdicio.

Precisamente esa parte de los cuentos es la que hoy quiero tratar. Según recuerda Diego, todo cuento clásico tiene su origen en los mitos y leyendas ancestrales y, lejos de ser meras historias, presentan una base real. Todos tienen su mensaje, todos cuentan con sus buenos y malos de turno y todos, sin excepción, estaban destinados a explicarle a los niños la cruda realidad que les rodea con el lenguaje de las fábulas.

El cuento de Caperucita, por ejemplo, no es más que una advertencia de por dónde no se debe ir a determinadas horas si no quieres meterte en problemas. Simple sí, pero efectivo. Con un villano (el lobo) que simboliza la maldad. Y así se transmitió a cientos de generaciones. El problema, como bien advierte Diego Blanco, es que ahora la sociedad le ha dado la vuelta a los cuentos. "Hoy los villanos son los protagonistas", decía. Quizá ese matiz parezca una vuelta de tuerca en busca de originalidad, pero como en El Señor de los Anillos, nada es casual.

Crepúsculo, la historia de un vampiro que toda madre querría como novio para su hija. Curioso, porque los vampiros rehuyen la cruz como alma que lleva el diablo. Y la Cruz es el soporte básico de cualquier cristiano. Son hijos de la noche, de las tinieblas, se alimentan de sangre y buscan convertirte en uno de ellos. En esta novela de adolescentes, sin embargo, son héroes incomprendidos.

Frozen, uno de los últimos grandes éxitos de Disney. Su mensaje oculto no es otro que cualquier niño puede elegir su identidad sexual. La protagonista sale del armario literalmente y ya existe una campaña en las redes sociales para que tenga novia en la segunda parte. Lejos de mí la intención de juzgar a ningún colectivo, faltaría más. Solo Dios es juez, el resto no estamos ninguno como para tirar la primera piedra. Pero el mensaje de la película ahí queda. Y así otros tantos cuentos.

Quizá para el mundo esto es hoy lo normal. Para los cristianos, en cambio, no debería pasar inadvertido. Aunque conlleve nadar contracorriente.

pABLO rIOJA (23/1/2017)  

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